domingo, 28 de febrero de 2010

50. EL FIN DEL MUNDO, TRES.


Hay un fin que es término y que a mí –ya lo he dicho- no me gusta nada.

Hay otro fin que es límite, el último pedazo de tierra firme. El lugar donde me encuentro.


Y está, por fin, el fin que es motivo, la razón de haber llegado hasta aquí y la razón de querer quedarse.

El motivo es mi próximo cuento. Se titula “la historia del fin del mundo”. No está previsto que la publique en breve, más que nada porque se trata de una historia que se escribe a cuatro manos y en la que cada día surge un nuevo capítulo.

Lo que sí puedo asegurar es que se parece mucho a un cuento de Saramago que leí hace tiempo pero que nunca se me olvida. Es un cuento de islas (como no) y ahí os regalo un trocito:


Rey: ¿Y tú para qué quieres un barco, si puede saberse?

Hombre: Para buscar la isla desconocida.

Rey:(Disimulando la risa, como si tuviese enfrente a un loco de atar, de los que tienen manías de navegaciones, a quien no sería bueno contrariar así de entrada) ¿Qué isla desconocida?

Hombre: La isla desconocida.

Rey: Hombre, ya no hay islas desconocidas.

Hombre: ¿Quién te ha dicho, rey, que ya no hay islas desconocidas?

Rey: Están todas en los mapas.

Hombre: En los mapas están sólo las islas conocidas.

Rey: Y qué isla desconocida es esa que tú buscas.

Hombre: Si te lo pudiese decir, entonces no sería desconocida.

Rey: (Ahora más serio) ¿A quién has oído hablar de ella.

Hombre: A nadie.

Rey: En ese caso, ¿por qué te empeñas en decir que ella existe?

Hombre: Simplemente porque es imposible que no exista una isla desconocida.


(La foto es de anoche)

jueves, 25 de febrero de 2010

49. EL FIN DEL MUNDO, DOS.



Yo siempre he sido muy islófilo aunque, si islófilo no fuera una palabra que venga recogida en el diccionario, rectifico y digo que yo siempre he sentido una atracción muy fuerte hacia las islas. Quizá porque, a veces, yo mismo me siento una isla en medio de un mar de no se qué continente.

Esa fue una de las razones por las que, hace ahora dos años, la intuición me llevó a viajar hasta la isla del fin del mundo. Una vez allí, la intuición se convirtió en certeza y entonces ocurrió un hecho insólito: Pese a ser una isla pequeña, que podía visitarse en poco tiempo, decidí caminar despacio para no verla entera, buscando así una excusa para volver.

Esta noche, a punto de regresar a mi isla, vuelvo a sentir que la razón del viaje no es todo lo que ya he visto, sino lo mucho que me queda por descubrir.



(La fotografía, que tomé hace ahora dos años en la isla, es del que dicen que es el Hotel más pequeño del mundo)

martes, 23 de febrero de 2010

48. EL FIN DEL MUNDO.

Mi compañero de piso está completamente seguro de que en el 2012 se acaba el mundo porque ese año, por lo visto, está previsto que se alineen una serie de planetas con la luna y él se acuerda de un documental que vio una vez en el que demostraban que esa y no otra era la señal.

Yo le digo que deje ya de recordármelo porque sólo consigue que me ponga de muy mal humor. Y sobretodo en esta época de mi vida, en la que fantaseo con ser una ballena de groenlandia y así vivir hasta los 210 años.

Y es que, si el mundo se acaba, nos acabamos nosotros. Y yo, entonces, prefiero fantasear con ser una mosca a la que, con una esperanza de vida máxima de 30 días, poco le importa lo que pase el mes que viene.

domingo, 21 de febrero de 2010

47. SÓLO TU ABRAZO.



Hay nubes que adoptan formas propias
de órganos vitales.

Hay besos que, por sí solos, bastan para llenar
cualquier poema.

Hay mañanas en las que sólo tu abrazo
me reconcilia con la vida.

lunes, 15 de febrero de 2010

46. EL MUNDO AL REVÉS.



Hoy le he dicho a la medico de urgencias que prefería no ponerme la inyección con el analgésico y el relajante muscular, por miedo a las agujas.

Esto era verdad, pero la razón última es que no me apetecía que las tres chicas de la enfermería me vieran el culo porque hoy, además, llevaba unos calzoncillos de esos abanderado blancos con las gomillas gastadas. Al final les he puesto el culo y me he acordado de mi madre y de las razones que a los de mi generación nos daban de pequeños para ciudar la elección de la ropa interior y que, casi siempre, tenían que ver con accidentes y con consultas médicas en la puerta de urgencias de algún hospital.

Luego en la farmacia, comprando el resto del tratamiento, se me ha caído el paraguas que había apoyado en el mostrador. Ni siquiera he intentado agacharme a por él. He mirado a una señora que esperaba su turno y le he explicado que me acababan de diagnosticar una lumbalgia y que si no le importaba recogermelo. La señora se ha agachado ágil a por el paraguas y con una esplendida sonrisa me ha comentado que claro que no le importaba, pero que la solución estaba en colgárselo del antebrazo para que así no se me volviera a caer.

Luego, la señora me ha confesado que tenía 78 años y entonces yo he pensado en que este episodio debería titularse "el mundo al revés" al estilo de aquélla canción que cantábamos de niños y que era algo así como que había una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos y que había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado.

El caso es que no he podido evitar acercarme a la señora, darle las gracias y plantarle un plan de besos. Ella se ha mostrado encantada y habrá pensado que yo era un pobre huérfano y que en realidad mis besos iban dirigidos a la madre que nunca tuve. Yo, por mi parte, no he querido desmentirle nada, porque también he pensado que quizá ella ha visto en mí al hijo que nunca tuvo o que habiéndolo tenido ya se olvidó de ella.

Pero mis besos no eran sino de agradecimiento. Por recoger el paraguas del suelo, por la sonrisa con que lo hizo y, sobre todo, por haberme dado la oportunidad de ponerme en el lugar de una persona de casi ochenta años, y experimentar cómo se debe sentir cada vez que una persona es amable con ella.

domingo, 14 de febrero de 2010

45.HOY HA SIDO DOMINGO.



Hay una poeta, que me gusta mucho y que se llama Isabel Bono. A veces leo su blog pero no le dejo ningún comentario. Más que nada porque yo creo que los tiene deshabilitados, aunque puede ser que sea yo el que no sepa como hacerlo.

Además de su poesía, me gusta mucho el formato de su blog y cómo va contando las historias que le pasan cada día. Aunque yo muchas veces pienso que Isabel lo que escribe no son las cosas que le pasan sino las cosas que sueña, porque por ejemplo hoy cuenta que ha estado con su madre pegando carteles de Massiel por las calles y que, mientras tanto, ella (la cantante) se hacía unos largos en una piscina.

Lo mejor que hago es que cuando la vuelva a ver se lo pregunto, porque además ella tiene cara de ser una buena persona y estoy seguro de que mi pregunta no le va a molestar.

Todo esto era para llegar a que a mí hoy me gustaría tener un blog al estilo de Isabel y así contar mi día de hoy.

Entonces diría que hoy he tirado a la basura el disco de esclarecidos, sobretodo por la canción titulada “por amor al comercio” y por la gilipollez esa del dolor de cabeza que les protege cada noche. Después he desayunado y me he dado cuenta de que sólo quedaban tres naranjas y que, por mucho que las exprima, de ahí no salen dos zumos para mañana.

Explicaría que como hoy era el jodido día de los enamorados he buscado mi corazón y se lo he enviado, como cada año, a mi amiga de Barcelona.

Luego contaría que en la piscina un hombre pelirrojo y su hijo también pelirrojo, aunque menos, se duchaban a mi lado y yo me he preguntado si el chaval alguna vez habrá odiado a su padre porque gracias a él tiene el pubis rojo y no negro como el resto de sus compañeros de clase.

Y finalizaría explicando que hoy ha sido domingo y que mañana, además de ibuprofeno, voy a necesitar una razón para poder soportarlo.

sábado, 13 de febrero de 2010

44. LAS RATAS.

Algunas noches sueño que las ratas se meten en mi cama;
trepan por las patas y sin darme tiempo a reaccionar
se cuelan con facilidad entre el colchón y las sábanas.

Paralizado por el asco, siento cómo clavan sus dientes,
con rabia, destruyendo uno a uno todos mis órganos.
Sólo queda indemne una parte pequeña en el estómago,
allí donde se instalan las ganas irrefrenables de vomitar.

Ya por la mañana, si pese al deterioro consigo levantarme,
una desgana crónica se apodera de mí. Me miro en el espejo
y, sin grandes esperanzas, me pregunto si tendrá arreglo,
si volverá a funcionar, mi corazón mordido por las ratas.

lunes, 8 de febrero de 2010

43. EN EL FONDO.



Hay una ciudad, al noroeste, donde nunca sale el sol
o eso es, al menos, lo que va diciendo por ahí la gente.

Pero yo que he estado en esa ciudad y que ya he vuelto,
aseguro que, si no salió, fue sólo porque no era necesario.

Y que cuando las nubes, por fin, se quitaron de en medio
supimos que detrás, en el fondo, el sol siempre estuvo allí.

sábado, 6 de febrero de 2010

42. LA BUENA SUERTE DE LOS NÚMEROS CAPICÚAS (III).


De las 173 puertas de embarque que hay en la Terminal 4 del Aeropuerto de Madrid Barajas, sólo 17 son capicúas (H11, H22, H33, J44, J55, K66, K77, K88, M22, M33, M44, R11, S22, S33, S44, U55 y U66). Quizá algún día, si pierdes una conexión aérea, te de tiempo a contarlas.

Llegar tarde a tu vuelo es un engorro. Pero si en el vuelo siguiente, cuatro horas más tarde, descubres que el número de la puerta de embarque es capicúa, entonces, puede ser tu día de suerte.

martes, 2 de febrero de 2010

40. LA BUENA SUERTE DE LOS NÚMEROS CAPICÚAS (II).



Además de escribir, los poetas suelen trabajar hasta que pueden vivir de la poesía, lo que, en la mayoría de los casos, nunca llega a ocurrir.

Mi último viaje de negocios iba muy bien hasta que el camarero nos trajo la cuenta del café y, entonces, todo empezó a ir mejor. El tique del desayuno confirmaba que la primera de las reuniones se había desarrollado en la mesa número once.

La teoría de la buena suerte de los números capicúas, aunque funciona, no ha sido contrastada científicamente. Más que nada porque yo mismo la inventé el jueves pasado.

Ya en el hotel, cada habitación se distinguía del resto por llevar el nombre de un personaje ilustre de la ciudad. En la segunda planta, al fondo del pasillo, mi habitación tampoco tenía número, pero de haberlo tenido (...)

Bueno, ya sabes.